Franz Schubert, al escucharlo en un concierto, exclamó: He escuchado a un ángel. Rossini lo reverenciaba. Liszt también quedó fascinado al oírlo. Berlioz lo consideró único en su especie y fue descrito por un dramaturgo vienés como el Dios del violín. A pesar de todo lo anterior, Niccolò Paganini no fue solamente el ídolo de Europa, sino que se convirtió en un mito viviente en su época. En torno a él se alimentó una leyenda negra que alcanzó ribetes fantásticos, como el rumor de que había estado en prisión durante largos años por asesinato o de que había hecho un maligno pacto con el diablo.
Verdaderamente, ha existido y existe gente supersticiosa en todas las épocas, pero virtuosos y genios de la música como él son virtualmente excepcionales. A medida que creció su fama, también lo hizo su éxito económico, llegando a poseer una de las mayores fortunas entre los artistas del siglo XIX. Además, fue idolatrado no solo por el público de toda Europa, sino que contaba entre sus devotos admiradores a genios de la talla de Liszt, Rossini, Schumann y Berlioz, entre otros.
Paganini fue el más grande y extraordinario violinista de todos los tiempos. De la misma forma que la historia de la música cuenta con auténticos genios como Beethoven, Mozart o Bach, también posee a los grandes intérpretes, a los virtuosos del instrumento. En Paganini encontramos la máxima expresión del violín, el mejor ejecutante - además de innovador compositor - de ese instrumento único y sentimental.
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