En su última obra, titulada Máquinas como yo, Ian McEwan nos sumerge en un Londres distópico y alternativo de los años ochenta. En esta realidad alterna, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y Alan Turing, el famoso científico, no se ha suicidado, sino que sigue vivo y dedicado al desarrollo de la inteligencia artificial.
En este contexto, Turing logra crear a los primeros seres humanos sintéticos, a los que bautiza como Adán y Eva. Charlie, el protagonista de nuestra historia, compra uno de estos seres, llamado Adán, con el propósito de que le haga compañía y le ayude en su casa. Charlie, junto a su amante Miranda, programa a Adán según sus preferencias.
Pero Miranda esconde un oscuro secreto, y este ser sintético, casi perfecto en todos los sentidos pero carente de los matices morales de los humanos reales, eventualmente lo descubrirá. A medida que la peculiar relación en triángulo entre Charlie, Miranda y Adán se desarrolla, la tensión aumenta, obligando a los personajes a enfrentar decisiones difíciles. Esta tensión también arrastrará al lector a cuestionar dilemas morales incómodos pero necesarios.
Ian McEwan, tras deslumbrarnos con su audaz visión de Hamlet narrada por un feto en Cáscara de nuez, nos presenta una propuesta aún más atrevida y ambiciosa en Máquinas como yo. A través de la ciencia ficción, McEwan plantea preguntas inquietantes sobre lo que nos hace humanos, los límites éticos de la inteligencia artificial y si una máquina puede llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones humanas. Una obra cautivadora que invita a reflexionar sobre temas que se encuentran en la intersección entre la humanidad y la tecnología.