El protagonista se sumerge en los manuscritos del Concurso del Libro Sonorense y se encuentra con No toda la sangre es roja. Desde el principio, el nombre intrigante del libro ya promete una historia de género noir. El autor logra transmitir la dureza del protagonista, aunque afortunadamente no se convierte en una mera compilación de estadísticas criminales. Sin embargo, el descubrimiento de una maleta con el cuerpo de una niña muestra que el autor no tiene reparo en sumergirse en temas oscuros y perturbadores.
La historia se interrumpe constantemente, dejando al lector con ganas de más. ¿Estamos ante una versión noir de Rayuela? La historia de la niña queda en el aire mientras leemos sobre otro cuerpo perforado por trece impactos de la princesa rusa, el cuerno de chivo. Las interrupciones nos hacen sentir como si estuviéramos viendo diapositivas en blanco y negro sobre una vieja mesa de latón gris. El estilo de escritura, reminiscente de Ellroy, golpea como latigazos, como las voces entrecortadas de la radiofrecuencia policial en una noche infernal.
En México, los muertos son una masa anónima y las páginas de crónica policial son tumbas comunes. Sin embargo, No toda la sangre es roja rompe con esta norma al darle vida a los muertos, permitiéndoles contar su propia historia. Los relatos van cobrando sentido y el lector se convierte, sin darse cuenta, en una especie de compañero del autor en sus aventuras periodísticas cotidianas. Es una crónica hábilmente construida y maliciosa, además de ser un homenaje al trabajo de periodista de calle. Es gratificante ver cómo el autor se impone con claridad. Durante el veredicto, coincidimos en que No toda la sangre es roja encarna la esencia del género. Tiene todos los elementos necesarios para ser una crónica asesina e inolvidable, capaz de trascender la efímera nota periodística. La narrativa está bien engranada, la secuencia es coherente y la prosa es desnuda y libre de artificios.