Hace eras tan vastas que no merece la pena siquiera contar, una pequeña niña, cuyo nombre resonaba con la dulzura de un susurro alado, respondía al nombre de Gabriela. Y aconteció que esta diminuta criatura, quien solía extraviar en numerosas ocasiones un aliado de sus pies, una única y desamparada suela, desafiando las convenciones de la simetría. Esta circunstancia, caro lector, infundía el disgusto en los adultos, quienes, al verse inmersos en los abismos de la ira, reprendían con vigor a la jovencita. Y a su vez, Gabriela, absorbida por una profunda sensación de extrañeza, se encontraba inundada por la tristeza más melancólica y desoladora.
Sin embargo, llegó un día en el que descubrió, para su inenarrable deleite, que en tales momentos de extravío, acontecimientos excepcionales se desplegaban tras el telón de la realidad. Una puerta, enigmática y envuelta en un halo de misterio insondable, revelaba su presencia, cual si fuera un secreto codificado en la esencia misma del Universo. Solo aquellos destinados a portar tan singular zapato, un único calzado, merecían atravesar su umbral inasible, adentrándose en un mundo imbuído de la más prodigiosa magia, donde todo se tornaba posible y las barreras de lo conocido se desdibujaban hasta desvanecerse en la nada.